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martes, 27 de noviembre de 2018

¡Declárate Limpio!


Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: “Quiero; sé limpio.”  Y al instante quedó limpio de su lepra.
Mateo 8:3
Muchos de nosotros estamos familiarizados con la sanidad del leproso en Mateo 8.  Es un hermoso relato de la voluntad de Dios de tocar y sanar a los enfermos, sin importar lo impuros que puedan estar.  Cuando dudemos de la voluntad de Dios para sanarnos, debemos escuchar las palabras de Jesús de nuevo: “Quiero; sé limpio.”  ¡Él es el mismo ayer, hoy y para siempre!
Ya que la Biblia es clara acerca de la voluntad de Dios de sanar, ¿por qué todavía tenemos problemas con nuestra salud?  ¿Por qué todavía experimentamos síntomas en nuestros cuerpos?
Creo que la respuesta se encuentra en lo que Jesús le dijo al leproso que hiciera después.  Él le dijo que fuera y se presentara ante el sacerdote. (Mateo 8:4)  Esta era la ley en ese tiempo para los leprosos que eran sanados. (Levítico 14:2-3)  Y él debía escuchar que el sacerdote declarara la palabra “limpio” sobre él. (Levítico 14: 7)
Verás, como creyentes, cuando nosotros recibimos a Jesús, Su sangre nos limpia de pecado y de enfermedad. (Isaías 53:4-5)  Pero seguimos escuchando a la gente declarar pecado, enfermedad, pobreza y muerte sobre nosotros.  Seguimos escuchando a la gente decirnos que somos impuros, indignos, pobres, débiles y que es natural que nos hagamos viejos y enfermizos, y muramos.
¡Dios está esperando por un sacerdocio que se levante y declare a Su pueblo limpio!
“Pero Pastor Prince, ¿en dónde puedo encontrar a estos sacerdotes?”
¿Quiénes son los sacerdotes hoy?  ¡Tú y yo!  De hecho, tenemos más autoridad para declarar cosas buenas, que los sacerdotes levitas del Antiguo Testamento.  Ellos eran solamente sacerdotes.  ¡Pero nosotros somos sacerdotes reales por la sangre de Jesús! (Apocalipsis 1:5-6)  En dónde hay palabra de rey, hay poder. (Eclesiastés 8:4)  Y por la palabra de un sacerdote, se resolverá toda disputa y toda ofensa. (Deuteronomio 21:5)
Amado, Dios te ha limpiado, ¡así que declárate limpio!  En este momento, pon tu mano sobre tu corazón y declara cosas buenas sobre ti mismo.  Di: “¡Yo me declaro a mí mismo limpio, justo, sano, completo y con provisión abundante, por la sangre de Jesús!”  ¡Por tus palabras como sacerdote real, toda ofensa contra ti deberá ser resuelta!
Viendo a través de los ojos de la fe,                      
Joseph Prince

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