Inspiración De Gracia
“¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” Lucas 19:38
Cuando Jesús predicó el Sermón del Monte, dijo: “Amad a vuestros enemigos.” (Mateo 5:44) Hoy nosotros tenemos problemas para amar a nuestro prójimo, cuánto más a nuestros enemigos.
Jesús también dijo: “Si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti… Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti.” (Mateo 5:29-30) ¿Has visto a alguien que lucha por la ley hacer esto? ¿Has visto alguna iglesia practicar esto? ¡Vamos, esa iglesia se vería como una enorme sala de amputaciones!
Entonces, ¿qué estaba haciendo Jesús cuando dijo estas cosas?
Jesús estaba regresando la ley a su estándar original, ya que los fariseos la habían rebajado hasta donde era humanamente posible guardar. Por ejemplo, los fariseos pensaban que a menos que cometieras adulterio físicamente, no habías pecado, pero Jesús dijo que si miras a una mujer para codiciarla, ya has cometido adulterio con ella. (Mateo 5:28)
Jesús demostró a aquellos que se jactaban de guardar la ley, que era imposible para el hombre ser justificado por la ley. Él también dijo que en el momento en que te enojas con tu hermano en tu corazón, ¡has cometido asesinato! (Mateo 5:22) Verás, la definitiva e impecable interpretación de Jesús de las leyes santas de Dios, lleva al hombre al límite de sí mismo para que él vea su necesidad del Salvador.
Ahora, quiero que captes una hermosa imagen de la gracia de Dios: la buena noticia es que Jesús no se detuvo allí. Él predicó el Sermón del Monte y luego Él descendió. Hablando espiritualmente, si el Rey se hubiera quedado en lo alto del monte, no habría habido redención para nosotros.
¿Estás comprendiendo esto? Si Jesús se hubiera mantenido en lo alto del cielo y hubiera decretado las normas santas de Dios desde allí, no habría habido esperanza ni redención para nosotros. ¡Pero toda la alabanza y la gloria sean al Rey, quien eligió descender del cielo a esta tierra! Él descendió del monte. Él descendió a la humanidad sufriente, que llora y agoniza.
Al pie del monte, nosotros vemos cómo Él se encontró con un hombre con lepra, una imagen de ti y de mí antes de que fuéramos lavados por Su preciosa sangre. Imagínate: un pecador impuro de pie ante el Rey de reyes. No había forma de que las normas del Sermón del Monte pudieran haberlo salvado. No había forma de que las prístinas y perfectas normas de los mandamientos santos de Dios, pudieran habernos salvado a nosotros. El Rey lo sabía y por eso Él descendió a donde nosotros estábamos.
En aquellos días, las personas con lepra eran consideradas impuras y dondequiera que iban tenían que gritar: “¡Inmundo, inmundo!” (Levítico 13:45), para que la gente pudiera correr hacia el otro lado para no contaminarse con la enfermedad. No es necesario decir que los leprosos no eran bienvenidos en los lugares públicos. Sin embargo, aquí estaba el hombre con lepra delante del Rey, diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” (Mateo 8:2) Observa que él no dudó que Jesús pudiera; él dudaba que Jesús quisiera.
Sin dudarlo un momento, nuestro Señor Jesús se acercó y tocó al hombre afligido, diciendo: “Quiero; sé limpio.” E inmediatamente quedó limpio de su lepra. (Mateo 8:3)
Ahora mira esto: según la ley, aquellos que tienen lepra —los inmundos— hacen inmundos al limpio. Pero bajo la gracia, Jesús limpia al inmundo. Bajo la ley, el pecado es contagioso. ¡Bajo la gracia, la justicia y la bondad de Dios son contagiosas!
Viendo a través de los ojos de la fe,
Joseph Prince
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