A fin de presentársela a Sí Mismo, una iglesia
en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que
fuera santa e inmaculada.
Efesios 5:27
¿Has estado en un
servicio de adoración en el que estabas de pie con las manos en alto, listo
para alabar a Dios, solo para escuchar al director de alabanza decir: “Antes de
adorar a Dios, examinemos nuestros corazones”?
Entonces, mientras examinabas tu corazón, en breve, encontraste algo que
no te gustó. Lo próximo que sabes es que
tus manos ya no están el alto y de pronto estas sentado —ya no te sientes bien
adorando a Dios.
Mi amigo, tengo buenas
noticias para ti. Acércate a Él y adórale tal como eres. ¡Entra
en la presencia de Dios consciente de Jesús, consciente del perdón y consciente
de la gracia! Entra en la presencia de
Dios, trayendo solo a Jesús, el Cordero de Dios sin mancha, como tu ofrenda.
Tu adoración a Dios es como
en los tiempos en que el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento traía sus
ofrendas ante el sacerdote. El sacerdote
examinaba al animal del sacrificio para asegurarse que no tuviera ninguna
mancha. El sacerdote no examinaba al
pecador. Si el animal no tenía ninguna
mancha, Dios aceptaba al animal del sacrificio y al ofrendante que había traído
al animal.
Así que, cuando entres a
la presencia de Dios, no te hagas ningún auto-examen, ni te desanimes al
encontrar fallas en tu vida. Dios no te examina a ti. Él te ve a través de todo el valor, y toda la hermosura
y aceptación de Su Hijo. (Efesios 1:6)
¡Él te ve santo y sin mancha!
¿Recuerdas a la mujer
conocida como pecadora, posiblemente una prostituta? Ella fue a la casa del fariseo que estaba
hospedando a Jesús y secó los pies de Jesús con sus cabellos. (Lucas 7:36-50) Ese fue su
acto de adoración.
Ella se acercó a Él tal como era. Si, ella
sabía que había pecado, pero ella llegó
y primero adoró a Jesús por quién Él es.
Ella estaba consciente de Jesús. Luego
escuchó a Jesús decir: “Tus pecados han
sido perdonados.” (Lucas 7:48) Ella recibió de Él el perdón que necesitaba.
Lo que sea que necesites del Salvador, acércate a
Él tal como eres. Adórale por quién Él
es y luego vas a escucharlo decir: “Sigue adelante. Tu restauración ha llegado. Tu provisión está aquí. Tú estás sano. ¡Tú lo has recibido todo!”
Viendo a través de los
ojos de la fe,
Joseph Prince
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