Pero a ellos los sacó con plata y oro, y entre sus tribus
no hubo quien tropezara.
Salmos 105:37
Cuando los hijos de
Israel eran esclavos en Egipto, vivían en pobreza y enfrentaban diariamente
trabajo duro bajo las órdenes de sus crueles capataces. Las cicatrices y los azotes frescos de los
látigos de sus amos cubrían sus cuerpos.
El terrible calor de Egipto, les causaba espantosas llagas que
supuraban. Muchos de ellos estaban
encorvados debido a las largas horas que pasaban cargando toneladas de
ladrillos y adobe. Trabajar como
esclavos durante largas horas, bajo duras condiciones, les restaba años. Y sin la alimentación adecuada, muchos de
ellos eran personas débiles y demacradas.
Pero algo les sucedió la
noche de la Pascua. (Éxodo 12) Con la
sangre del cordero aplicada en los dinteles de sus puertas, ellos entraron en la protección de Dios. Y dentro de sus casas, según lo instruido por
Dios, ellos comieron el cordero asado en fuego.
Creo que aquellos que
estaban ciegos, comieron los ojos del cordero, creyendo que los ojos perfectos
del cordero les daría una visión
perfecta. Los que tenían alguna enfermedad del corazón, se
comieron el corazón del cordero, creyendo que sus corazones palpitarían fuerte otra vez. Y los que eran cojos, se comieron las patas
del cordero, creyendo que pronto estarían saltando
como corderos.
Y cuando llegó la mañana, algo nuevo y milagroso
les sucedió. Ellos
salieron con Dios, ya no más como esclavos, sino como personas libres. Ellos ya no eran más pobres y necesitados,
sino poseían plata y oro que los egipcios les habían dado. Y ninguno
de ellos —que eran cerca de 2.5 millones— era débil o enfermizo.
Si esto fue lo que los
hijos de Israel experimentaron después de comer el cordero pascual, que
solamente era una sombra o figura de Cristo, ¿cuántas más bendiciones vamos a experimentar nosotros que hemos
entrado en la cobertura de la sangre preciosa de Jesús, el verdadero Cordero de
Dios?
Cuando tú pones tu confianza en el Cordero de Dios
que fue quemado por la furia del juicio de Dios destinado para nosotros, ¡tú
vas a salir diariamente, sin pobreza, ni debilidad, sino provisto con
abundancia y fortalecido divinamente en Cristo!
Viendo a través de los
ojos de la fe,
Joseph Prince
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