Medita En
El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del
Omnipotente… Con Sus plumas te cubre, y bajo Sus alas hallas refugio; escudo y
baluarte es Su fidelidad. (Salmos 91:1, 4)
Recuerdo haber leído
sobre un concurso de arte en el que el tema dado era “paz”. El artista que más efectivamente representara
la paz en su obra de arte ganaría el concurso. Los artistas colocaron sus pinturas, lienzos y
pinceles, y comenzaron a crear sus obras maestras. Cuando llegó el momento de juzgar las obras de
arte, los jueces quedaron impresionados por las diversas escenas de
tranquilidad ilustradas por los artistas. Había una pieza majestuosa que capturaba el
brillo de la puesta de sol sobre la exuberante vegetación, una que representaba
un paisaje sereno de colinas que eran iluminadas por la luz de la luna y otra
pieza evocadora que mostraba a un hombre solitario caminando tranquilamente por
un rústico campo de arroz.
Luego, los jueces se encontraron
con una pieza peculiar que parecía casi horrible y quizás incluso fea para
algunos. Era la antítesis misma de
cualquier otra pieza que los jueces habían visto. Era una cacofonía salvaje de colores violentos
y la agresión con la que el artista había azotado su pincel contra el lienzo
era obvia. Representaba una furiosa tormenta
en donde las olas del mar se levantaban, alcanzando alturas amenazantes y se
estrellaban contra los bordes escarpados de un acantilado, con fuerza
atronadora. Había relámpagos que zigzagueban
en el ennegrecido cielo y las ramas del único árbol que estaba posado sobre el
acantilado fueron echadas a un lado por la fuerza del viento. Ahora, ¿cómo podría esta imagen ser el epítome
de la paz?
Sin embargo, los
jueces, por unanimidad, otorgaron el premio del primer lugar al artista que
pintó la furiosa tormenta. Si bien los
resultados parecían terribles inicialmente, la decisión de los jueces se hacía
evidente de inmediato una vez que le echabas un vistazo más de cerca al lienzo
ganador. Escondida en una grieta del
acantilado había una familia de águilas, acomodadas en su nido. La madre águila tenía de frente los vientos
tempestuosos, pero sus polluelos eran ajenos a la tormenta y se habían quedado
dormidos bajo el refugio de sus alas.
¡Ahora, ese es el tipo de paz que Jesús nos da a ti
y a mí! Él nos da paz, seguridad, cobertura
y protección, incluso en medio de una tormenta. El salmista describe esto maravillosamente: “El que habita al abrigo del Altísimo morará
a la sombra del Omnipotente... Con Sus plumas te cubre, y bajo Sus alas hallas
refugio”.
No hay lugar más seguro que bajo el refugio protector de las
alas de tu Salvador. No importa qué
circunstancias puedan estar levantándose con furia a tu alrededor. Tú puedes
clamar al Señor por Su favor inmerecido, como lo hizo David en el Salmo 57:1
—“Ten piedad de mí, oh dios, ten piedad
de mí, porque en ti se refugia mi alma; en la sombra de Tus alas me ampararé
hasta que la destrucción pase”. La
Nueva Biblia Americana Estándar dice: “Ten
misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí, porque mi alma se refugia
en Ti; y a la sombra de Tus alas me refugiaré hasta que la destrucción pase”. Qué bendita confianza podemos tener hoy,
sabiendo que incluso si la destrucción se desata a nuestro alrededor, nosotros podemos refugiarnos en el Señor.
Viendo a través de los
ojos de la fe,
Joseph Prince
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