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miércoles, 24 de julio de 2019

Jesús Está Con Nosotros En Nuestras Dificultades


Medita En
“Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego que ha enviado a Su Ángel y ha librado a Sus siervos que confiaron en Él”.  (Daniel 3:28)
El libro de Daniel registra cómo el rey Nabucodonosor de Babilonia hizo una imponente estatua de oro y ordenó a todos en su reino que se postraran ante ella y la adoraran.  Tres jóvenes, Sadrac, Mesac y Abed-nego, a quienes el rey había designado para administrar la provincia de Babilonia, se negaron a hacerlo.  Humillado por su desobediencia, el rey estaba enojado y furioso.  Él les dio una oportunidad más para que se postraran y adoraran su estatua de oro o serían arrojados de inmediato en un horno de fuego ardiente.
Ellos sin inmutarse, dijeron: “Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos delante de usted. Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su Majestad; pero aunque no lo hiciera… jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado”. (Dan. 3:16–18, NTV)  El rey ordenó que el horno se calentara siete veces más que de costumbre, y ordenó que algunos de sus soldados más fuertes los ataran y los echaran en el horno de fuego ardiente.  El horno estaba tan caliente que las llamas mataron a los soldados mientras ellos echaban a estos tres hombres a las rugientes llamas, firmemente atados.
De pronto, el rey saltó de asombro y exclamó a sus oficiales: “¿No eran tres los hombres que echamos atados en medio del fuego? Ellos respondieron y dijeron al rey: Ciertamente, oh rey. El rey respondió y dijo: ¡Mirad! Veo a cuatro hombres sueltos  que se pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno, y el aspecto del cuarto es semejante al de un hijo de los dioses”. (Dan. 3:24–25)  Nabucodonosor gritó: “¡Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salga y vengan aquí!”  Los tres hombres salieron del fuego y los oficiales y asesores los rodearon y “vieron que el fuego no los había tocado. No se les había chamuscado ni un cabello, ni se les había estropeado la ropa. ¡Ni siquiera olían a humo!” (Dan. 3:26–27, NTV).  De hecho, las llamas solo sirvieron para liberarlos de sus ataduras.
Asombrado por cómo su Dios los había protegido, Nabucodonosor comenzó a alabar a Dios por sí mismo.  El rey, luego, emitió un decreto estableciendo que si alguna persona pronunciaba una palabra contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sería descuartizada y sus casas serían reducidas a escombros “ya que no hay otro Dios que pueda librar de esa manera”. (Dan. 3:29)  Entonces, el rey promovió a los tres hombres a posiciones aún más altas en la provincia de Babilonia.
Amado, este es tu Dios.
Viendo a través de los ojos de la fe,
Joseph Prince

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