Medita En
“Porque Dios no envió a Su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.” (Juan 3:17)
El relato de la mujer atrapada en adulterio
demuestra algo muy importante. ¿Qué le
permite a alguien tener el poder de vencer el pecado? La amenaza de la ley obviamente no impidió que
la mujer cometiera adulterio. Pero recibir la aceptación de Jesús —sabiendo que a pesar de que ella merecía
ser apedreada a muerte, Él no la condenó— eso le dio el poder de "ir y
no pecar más".
Nota que Jesús salvó a la mujer con justicia. Él no dijo: “No la apedreen. Muéstrenle misericordia.” Lo que dijo fue: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en tirarle una
piedra”. Y por su propia voluntad,
los fariseos y la multitud religiosa se fueron.
Nota también que Jesús
no le preguntó a la mujer: “¿Por qué pecaste?” No, lo que Él le preguntó fue: “¿Ninguno te ha condenado?” Parece cómo que Jesús estaba más preocupado
por la condenación del pecado que por el pecado mismo. Él se
aseguró de que ella se fuera sin sentir condenación, ni vergüenza. No invirtamos el orden de Dios. Cuando Dios dice que algo va primero, esto debe
ir primero. Primero Dios dice “ninguno te condena” y luego tú puedes “ir y no pecar
más”.
La religión cristiana tiene
esto al revés. Decimos: “Ve y no peques
más, luego no te condenaremos.” Lo que
necesitamos entender es que cuando no
hay condenación, las personas tienen el poder de vivir vidas victoriosas, vidas
que glorifican a Jesús. A través de la revelación de “ninguna
condenación”, la gracia produce un empoderamiento que no requiere de nuestro
esfuerzo. Este es inmerecido y
completamente infundado. Pero nosotros podemos recibirlo —este regalo
de ninguna condenación— porque Jesús pagó por él en la cruz.
A decir verdad,
ninguno de nosotros podría haber lanzado la primera piedra. Todos hemos pecado y hemos fallado. En Cristo, todos estamos en igualdad de
condiciones. Si un hermano o una hermana
se enredan en pecado, nuestra posición no debe ser juzgarlos, sino restaurarlos, guiándolos hacia el perdón y
el regalo de “ninguna condenación” que se encuentran en Jesús.
La única persona que no tiene pecado y que podría haber ejercido
un castigo judicial sobre la mujer era Jesús, y Él no lo hizo. Jesús
estaba en la carne para representar lo que estaba en el corazón de Dios. No era
un juicio. Su corazón se revela en Su
gracia y Su perdón. Me gusta decirlo
de esta manera cuando describo lo que sucedió mientras los fariseos esperaban
para apedrear a la mujer: los fariseos lo harían si pudieran, pero no podían. Jesús podría si quisiera, pero Él no lo haría. ¡Ese es nuestro Jesús!
Viendo a través de los
ojos de la fe,
Joseph Prince
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